Ángel Di María se elevó por encima de todos para que Rosario Central se mantenga como uno de los animadores del Clausura. La clase y el ingenio de Fideo descosieron más a un River al que se le vieron las costuras desde que a los 37 minutos del primer tiempo fue expulsado Portillo.
Revitalizado anímicamente por la clasificación a las semifinales de la Copa Argentina, River volvió a apelar al corazón para sobrellevar a duras penas la desventaja numérica y, con un último empujón, verse en el final cerca de un empate que hubiera sido un tesoro. Pero fue la tercera derrota consecutiva por el Clausura.
Como ante Racing tres días atrás, River encontró rápido el gol, antes de los 10 minutos. Los caminos se le despejaron rápidamente en el Gigante de Arroyito, y más cuando el guía es Quintero, con cabeza levantada y su zurda en modo estilete. Tras una salida desde atrás con una buena sucesión de pases de River, el colombiano combinó con su compatriota Miguel Borja, que recibió el pase al vacío y definió al primer palo, demasiado desprotegido por Broun. El repentino renacer de River incluía a Borja, cuya confianza venía por el suelo en los momentos de la definición. Rompió el estigma de 15 partidos sin convertir, volvió a acreditarse como el goleador que atravesó un período de esplendor durante el ciclo de Demichelis. Le convertía al equipo que solo había recibido cuatro tantos en el Clausura.
De arranque, el encuentro absorbió el clima electrizante que bajaba de las tribunas. Mucha agitación y tensión. Traducido al fútbol, eso significaba fricción, cruces fuertes, agarrones, despliegue constante para no regalarle ni medio metro al poseedor de la pelota. Los detalles técnicos quedaban aprisionados por la lucha.
River arrancó con la postura enérgica que mostró contra Racing. La conformidad de Gallardo se reflejó en que solo hizo un cambio, obligado, el de Borja por el suspendido Salas. Central no es un equipo de entretenerse con la pelota, propone verticalidad, que puede ser física, con Duarte y Campaz, o futbolística, con la conducción siempre hacia adelante de Malcorra, reconvertido en volante de construcción, y la sabiduría de Di María para manejar tiempo y espacios.